ORACIÓN de María
Ángeles de Armas, pintora y poeta. La escribió, esta oración, al comunicarle el
médico que tenía cáncer terminal y le quedaban muy pocos días de vida.
Una
inmensa serenidad
has
sembrado en mi corazón
voy
por la senda de tu paz:
Gracias
Señor.
Si
tu permites que hasta mi
llegue
la dulce revelación
de
que me llamas para sufrir:
Gracias Señor.
Gracias Señor.
Si
en mi camino has de sembrar
solo
tristeza y desolación,
y
mis rosas espinas dan:
Gracias
Señor.
Y
si quieres que yo te dé
la
vida que tu amor me dio
aquí
la tienes, tuya es:
Gracias
Señor.
Una
inmensa serenidad
has
sembrado en mi corazón
voy por la senda de tu paz:
Gracias
Señor”. (enviada por su marido)
EL ÚLTIMO MONJE DE TIBHIRINE
TESTIMONIO
A los 88 años, el hermano Jean-Pierre, único
sobreviviente del Monasterio de Tibhirine piensa cada día en sus hermanos
desaparecidos, pero, rechaza la nostalgia, ha escogido la esperanza.
ENTREVISTA
Superviviente
de la matanza de 1996, nunca ha hablado desde la muerte de los monjes de
Tibhirine. Hemos encontrado a frère Jean-Pierre en un monasterio en Marruecos,
donde aceptó confiarse en exclusiva para Le Figaro Magazine. Habla de sus
hermanos desaparecidos, de los acontecimientos trágicos que han vivido, de la
película de Xavier Beauvois, De Dioses y Hombres. Pero también de su fe y de su
esperanza. Fue Un encuentro luminoso.
EL FIGARO MAGAZINE – ¿Ha apreciado usted la
película «De Dioses y Hombres»?
Hermano
Jean–Pierre. Me ha impactado profundamente. Me emocionó ver de nuevo las cosas
que hemos vivido juntos. Pero sobre todo he sentido una especie de plenitud,
ninguna tristeza. He encontrado la película muy bella porque su mensaje es tan
verdadero… aunque la realización de la misma no es siempre exacta, en
comparación con lo que ha ocurrido. Pero esto no tiene importancia. Lo esencial
es el mensaje. Y esta película es un icono. Un icono dice mucho más que lo que
se ve… Es un poco como un canto gregoriano. Cuando está bien compuesto, el
autor pone un mensaje, y el que lo canta aún encuentra más, porque el Espíritu
trabaja en él. En este sentido, este film es un icono. Es un verdadero éxito.
¿No tiene usted ninguna crítica que hacer?
He
oído algunos criticar el papel del Prior, Christian de Chergé. Algunos lo ven
como un poco insignificante, pero lo encuentro muy bien. Otros lo ven austero,
porque nunca lo ven sonreír. Pero está del todo en su personaje, que conviene a
la grave situación que hemos atravesado. En este papel, admiro su manera de
estar atento a sus hermanos, en particular en los momentos difíciles. No quiere
imponer, él está a la escucha. Se le siente lleno de respeto por los hermanos.
Se ve bien al pastor y su ansia de abrirse a Dios, para dejarse trabajar por
Dios y tener la reacción que hace falta delante de los hermanos. En todo el
film, se ve esta apertura a Dios, se Le interroga, se deja uno influenciar por
Él. ¡Es monástico!
¿Hay algo que falta en relación con la
historia real?
No
me lo ha parecido.
¿Pero cómo, como monje, vivió usted el éxito
de la película?
Estamos
satisfechos y admirados de ver semejante éxito, ¡pero nosotros no tenemos nada
que ver! El hecho de ser conocidos me estorba un poco… Un monje está hecho para
estar oculto.
¿Por qué estaban ustedes al principio en
contra del rodaje de la película?
No
quisimos aceptar la película y su rodaje en Marruecos, por razón del peligro de
ser considerados sospechosos de proselitismo. Algunos, en ese momento, no
recibían desde hacía tiempo su tarjeta de residencia. Teníamos que ser muy
prudentes pero estábamos confiados a la voluntad del Señor. El equipo conocía
nuestra oposición y los motivos de nuestra prudencia. No hemos sido, pues,
consultados. Han sido muy respetuosos.
¿Cuando llegó a Tibhirine?
Nunca
olvidaré ese 19 de septiembre de 1964. Cuando llegamos en el 2 CV cerca del
Monasterio, recordaré siempre la imagen de ese niño, sentado sobre un burro,
que vino a nuestro encuentro para darnos la bienvenida. Yo estaba muy feliz.
Desde mi pequeña celda, veía el muro, la huerta y el pueblo a lo lejos. Me dije
a mí mismo: este el paisaje que veré hasta el final de mi vida. Porque en mi
corazón, era para toda la vida. Sin vuelta. Allí he permanecido treinta y dos
años, desde 1964 hasta el secuestro en 1996.
¿Cómo era la vida allí?
Los
principios fueron difíciles. La comunidad no tenía estabilidad y fue un periodo
muy duro para vivir. Por otra parte, la nueva Argelia estaba imponiéndose. Las
relaciones con la gente de los alrededores no era evidente. Había reacciones de
rechazo a los franceses. Se sentía este abismo con ocasión de las fiestas
cristianas o musulmanas. No teníamos nada que ver los unos con los otros.
Luchamos pues contra esto e intentamos adaptarnos mutuamente. Para ello, el
dispensario, atendido por el hermano Luc, fue muy importante. ¡Recibía hasta 80
personas cada día! Luego Christian de Chergé, elegido Prior, en 1984.
Necesitábamos a alguien como él que hablaba árabe y conocía bien la cultura
musulmana. A partir de ahí, nos convertimos en una verdadera comunidad, más
estable. Los que se comprometían, lo hacían verdaderamente. Éramos casi
independientes. Lo que fue una ventaja, pues esto nos permitió tomar muchas
iniciativas en la relación Islamo-cristiana.
¿Qué papel ha tenido Christian de Chergé?
Ha
habido, con él, una evolución hacia la islamología. Personalmente, estudió
mucho el Corán. Por la mañana, hacía su lectio divina, con una Biblia en árabe.
A veces practicaba la meditación con el Corán. Buscaba como hacernos
evolucionar. Teníamos relaciones con el Islam, pero no a un nivel intelectual.
Él conocía muy bien el entorno musulmán, y la espiritualidad sufí. Algunos
monjes estimaban que la comunidad tenía que permanecer equilibrada y que no
debía estar orientado todo hacia el Islam. Lo que provocó tensiones. Estas
tensiones se superaron gracias a la creación de un grupo de diálogo y de
relación con los musulmanes sufíes que llamamos “ribât”. Comprendimos que la
discusión sobre los dogmas dividía, pues era imposible. Hablábamos pues del
camino hacia Dios. Rezábamos en silencio, cada uno según su propia forma de oración.
Estos encuentros bienales fueron interrumpidos en 1993 cuando esto empezó a
volverse peligroso. Pero este conocimiento mutuo hizo de nosotros verdaderos
hermanos en profundidad.
¿En qué le ha marcado el Padre Christian de
Chergé?
Lo
que más me ha marcado, fue su pasión interior por descubrir el alma musulmana y
por vivir esta comunión con ellos y con Dios, permaneciendo un verdadero monje
cristiano.
¿A quién se sentía usted más cercano?
¡Con
el hermano Luc! Estábamos muy unidos. No era sacerdote, era hermano. Uno podía
confiarse a él. Estaba lleno de sabiduría. En una comunidad donde no había
muchos sacerdotes, no era fácil encontrar un director espiritual. Si teníamos
un problema o una dificultad de relación con un hermano, íbamos primero a ver
al hermano Luc, sabiendo muy bien cómo iba a respondernos. Era un modelo… En el
capítulo mismo durante el periodo de tensión y de miedo, siempre tenía la
palabra para hacernos reír. Era valioso para la vida de comunidad. Incluso, si como
médico, él tenía un régimen especial, pues estaba en su dispensario todo el
día, además ¡cocinaba! Empezaba su jornada a la 1 de la madrugada para estar
listo a las 7 de la mañana en el dispensario. Tenía mucha asma y no conciliaba
el sueño. ¡Dormía sentado! Muy unido a mí estaba también el Padre Amedée, el
otro superviviente, que falleció aquí, en Midelt.
¿Rezan ustedes por sus hermanos
desaparecidos?
Intento
dedicarles un tiempo, cada mañana. No los olvidamos. Están presentes. Todos.
Intentamos progresar. La película, a este respeto, nos estimula en nuestra
vocación.
¿Sus hermanos le hablan en sus oraciones?
No,
todavía no… Tengo la certeza que están cerca del Señor. La he tenido desde el
principio por razón de su martirio. Eso da alegría, no tristeza. Es lo que
siento viendo la película: alegría, ¡nostalgia no! (risa). Esperando que el
Señor nos envíe otros monjes que quieran vivir esto.
¿No siente usted nunca nostalgia por la vida
en Thibirine?
Un
poco, sí… Hemos vivido juntos cosas muy bellas. Y esta vida en común puede
representar al Señor y la Iglesia. Es una vocación preciosa. Puede llegar
lejos. Cristo es más grande que la Iglesia. Los sufíes utilizaban una imagen
para hablar de nuestra relación con los musulmanes. Es como una escalera con
doble pendiente. Está puesta en el suelo y la cima toca el cielo. Nosotros
subimos por un lado, ellos suben por el otro, según su método. Cuanto más cerca
estamos de Dios, más cerca estamos los unos de los otros. Y recíprocamente,
cuanto más cercanos estamos los unos de los otros, más cercanos estamos de
Dios. Toda la teología está ahí dentro.
Y sin embargo, era la muerte que estaba allí
en la cita…
Lo
que hemos vivido allí, juntos y desde el principio, era una acción de gracias. Nos
habíamos preparados juntos. Por fidelidad a nuestra vocación, habíamos escogido
quedarnos sabiendo muy bien lo que nos podía ocurrir. El Señor nos envía, no
íbamos a renunciar aunque alrededor de nosotros los violentos buscaran hacernos
marchar, e incluso los oficiales. Pero teníamos nuestro Maestro y estábamos
comprometidos con Él. En segundo lugar estaba la voluntad de ser fieles a la
gente de nuestro entorno para no abandonarlos. Ellos estaban también tan
amenazados como nosotros. Estaban entre dos fuegos, entre la armada y los
terroristas, los guerrilleros. La decisión de no separarnos fue tomada en 1993.
Y aunque hubiésemos sido dispersados por la fuerza, teníamos que encontrarnos
en Féz, en Marruecos, para establecernos en otro país musulmán.
¿Cómo vive lo ocurrido: como un fracaso o
como un cumplimiento?
Después
del secuestro, el padre Amedée y yo nos vimos obligados a bajar a Argel con la
policía. Rezábamos por nuestros hermanos. Para que Dios les diese la fuerza y
la gracia de llegar hasta el final. Esperábamos una intervención de Francia o
una intervención eclesiástica para obtener su liberación. Nos enteramos de su
muerte el 21 de mayo 1996. Estábamos rezando las vísperas. De repente, un
hermano joven llegó a la capilla y se tiró delante de todos, boca abajo,
gritando su desesperación: “¡Los hermanos han sido asesinados!” Por la noche,
mientras estábamos uno al lado del otro fregando los platos, le dije: “Hay que
vivir esto como algo muy bello, muy grande, hay que ser dignos. Y la misa que
celebremos por ellos no será de negro. Será de rojo”. Los vimos enseguida, en
efecto, como mártires. El martirio fue el cumplimiento de todo lo que habíamos
preparado desde hacía tiempo, en nuestra vida. Esos años que habíamos vivido
juntos en el peligro. Estábamos preparados, todos. Pero eso no excluyó el
miedo.
¿Cuándo comenzó el miedo?
A
partir de 1993, a raíz de la visita del GIA, la noche de Navidad. La comunidad
creció en unión y en profundidad. El peligro estaba ya por todas partes, en
todo momento, noche y día. Esto nos trastornó mucho. Verdaderamente pasamos por
un gran bache en esos momentos.
¿Qué es lo que pasó exactamente?
La
Navidad de 1993, por la noche, saltaron el muro. Estábamos en la sacristía con
Celestin, que preparaba las fichas de cantos para la misa de Navidad. Hombres
armados hasta los dientes nos rodearon. Los croatas acababan de ser asesinados,
pensábamos que también íbamos a morir. Nos tranquilizaron. No nos harían nada
por ser religiosos. Luego empezaron a hablar mal del gobierno. Y el jefe dijo:
«Quiero ver el Papa de aquí». Fuimos a buscar a Christian, que inmediatamente
dijo: «Aquí no se puede entrar con armas. Si queréis venir aquí, dejad vuestras
armas fuera. Nadie nunca entró aquí armado. ¡Esta es una casa de paz!». Finalmente
hablaron y pidieron tres cosas: que el médico fuera a curar los heridos en la
montaña, medicinas, y dinero. Con tacto, Christian respondió no a las tres
peticiones. Salvo por los heridos que podían venir como todo el mundo al
dispensario. Y después les dijo en árabe que estábamos preparando «la fiesta
del nacimiento del Príncipe de paz». No lo sabían y pidieron excusas, pero
dijeron: «Volveremos». Dando una consigna: preguntarían por «Monsieur
Christian» Esa noche la misa del gallo tuvo un sabor especial. Al día
siguiente, en capítulo, comenzamos las discusiones sobre el futuro.
¿Qué se decidió entonces?
Que
si nos pedían dinero, les daríamos un poco para evitar la violencia, pero
pensábamos de todas maneras irnos, porque no queríamos colaborar con ellos.
Después, el obispo de Argel vino a decirnos que si decidíamos irnos, no
deberíamos hacerlo todos a la vez, para no trastornar a la Iglesia de Argelia.
Decidimos que dos de entre nosotros se irían. Celestin, que había estado
traumatizado por esta Navidad, y que tenía que sufrir seis intervenciones
cardíacas, y el hermano Paul, que necesitaba reposo.
¿Había unanimidad entre vosotros?
Hubo
otro capítulo después de esa Navidad. Unos pensaban que había que quedarse, los
otros que era mejor irse. Que además, en ese momento, por seguridad, estábamos
obligados a cerrar el Monasterio desde el atardecer hasta por la mañana. Hemos
dicho también a los huéspedes que no vinieran más. Estábamos aislados. Esto
cambió la economía del Monasterio y había que encontrar otros medios para
vivir.
¿Hubo pues discrepancias?
Eso
evolucionó. El padre Armand Veilleux, vino a predicar uno de los últimos
retiros, y nos dijo que habíamos llegado a la cima de nuestra vida en común. Habíamos
pues llegado unánimemente a la decisión de quedarnos. Las relaciones
fraternales se habían consolidado. En capítulo, no podíamos tomar a la ligera
decisiones tan graves. En relación el GIA, en relación a una partida, sobre nuestra
conducta si éramos secuestrados o dispersados… Entonces estábamos todos
decididos a quedarnos, pero el temor de lo que iba a sucedernos estaba
presente, más o menos, en cada uno de nosotros. Pero la vida seguía. Había
atentados a izquierda y derecha. Gente cercana al Monasterio había sido
arrestada o amenazada. Este era el clima en el cual estábamos viviendo.
Frère
Jean-Pierre canta los oficios con una voz de joven; en su mirada, la gravedad,
pero también una alegría interior.
¿No había serenidad, aun después de haber
escogido quedarse?
No,
ninguna. De noche, cuando cantábamos completas, había como una plancha de
peligro, de plomo, que planeaba sobre el Monasterio. De noche, podía ocurrir
cualquier cosa. Nos decíamos: ¿que va a pasar esta noche? No considerábamos ser
asesinados, pero sabíamos que esto podría ocurrir en cualquier momento.
Teníamos suerte de ser una comunidad. Y la vida continuaba, uno era cocinero,
el otro jardinero, el otro se ocupaba de la administración. Esto permitía olvidar,
pero al atardecer, en la noche, nos preguntábamos lo que podía ocurrir. No
hablábamos de esto, pero cada uno pensaba en ello.
¿Qué pasó la noche del secuestro?
La
noche del secuestro, estaba en la habitación de la portería. Me desperté hacia
la una, al oír el ruido de las voces delante del portal. Ya estaban en el
interior, en el jardín. Seguramente querían ver al médico. Yo esperaba que
llamaran a la puerta para presentarme. Fui a mirar por la ventana. He visto a
uno que iba directamente a la habitación de Luc. Cosa que no era normal, pues
cuando se quiere ver al médico, se llama al portal, y el portero se presenta. Y
oí una voz que decía: « ¿Quién es el jefe? » Y reconocí a Christian. Pensé:
«Los ha oído antes que yo y les ha abierto y les va a dar lo que quieran.» Al
cabo de un cuarto de hora, oí la puerta que da a la calle cerrarse y pensé que
se habían ido. Un poco más tarde, el padre Amedée llamó y me dijo: « ¡Los
hermanos han sido secuestrados! ». Salieron entonces por detrás, si no, yo les
habría oído.
¿Qué sintió entonces?
La
pregunta que se me ocurrió pensar inmediatamente fue: “¿Si los hubiera oído y
visto salir, qué hubiera hecho? ¿Me hubiera quedado o hubiera corrido tras
ellos para ir con ellos?”
¿Y su respuesta?
Todavía
no me he contestado a esto. Si esto hubiera ocurrido, no hubiera sido fácil,
pero tengo el sentimiento que hubiera corrido tras ellos. Amedée me dijo en
seguida: «No los van a matar, porque si hubieran querido hacerlo, lo hubieran
hecho en el momento». Era en efecto, muy difícil circular por la montaña de
noche, pues había un puesto militar no lejos, en la colina. Además, Luc tenía
82 años y otro acababa de salir del hospital, con seis operaciones cardiacas.
Andar con gente así, no era fácil. Pensábamos que iban a servirse de ellos para
algún plan. Entre tanto, nos sentíamos solos, privados de nuestros hermanos. La
comunidad estaba destruida. Esperábamos naturalmente que fueran liberados
pronto, pues si no volvían, la vida se habría acabado en el Monasterio.
¿Por qué los raptores no entraron como de
costumbre?
Cuando
venían saltaban el muro. Y desde el interior abrían la puerta que daba a la
calle. Había un simple pestillo. Nunca estuvo esta puerta cerrada con llave. Queríamos
que nuestras relaciones fuesen fundadas en la confianza mutua.
¿Los raptores eran gente de la GIA o no?
El
guardián del Monasterio me dijo que habían ido primero a su casa diciéndole que
querían ver al médico, bajo pretexto de que tenían a dos heridos graves. Le
había contestado que los padres le habían prohibido prolongar su servicio de
guardia del Monasterio durante la noche. Lo que era verdad, se lo habíamos
prohibido para que no hubiese problemas para su familia y por él en el caso de
una desgracia, si ocurría una agresión… Insistieron. El guardián salió de su
casa pues, por el patio interior para ir al Monasterio. Ahí, se encontró con un
grupo que ya estaba en el patio. Llevado delante del portal que daba a la
portería, se encontró con un grupo que había apresado al padre Christian. Este
último preguntó: «¿Quién es el jefe?» Uno de los raptores contestó designando
al cabecilla: «Es él, el jefe, hay que obedecerle». Y uno de ellos,
dirigiéndose al guardián, preguntó: «¿Son siete verdad?». El guardián contestó:
«Así es, como tú lo dices». Sin embargo, éramos nueve… Esta es probablemente la
razón por la cual el padre Amadeo y yo mismo no fuimos secuestrados; pues
después de haber cogido a siete hermanos, se fueron del lugar sin registrar la
casa.
¿Pero usted, qué cree? ¿Quién los secuestró?
¿El GIA o el ejército?
No
sabemos quienes vinieron al Monasterio. Por lo demás, nos lo preguntamos como
todo el mundo. La investigación continúa. Por lo que respecta al GIA, el
guardián me contó que cuando bajaron de nuevo, uno de ellos que los acompañaba
dijo a uno de sus colegas: «Ve a buscar una cuerda fina, va a ver lo es el
GIA», porque querían degollarle, pero pudo escabullirse.
Después de varios años, ¿no se han aclarado
para usted los motivos de este secuestro?
No
está claro. En uno de sus comunicados en radio Medi 1, el GIA da una razón a
sus condenas a muerte: «las gentes se evangelizaban a su contacto, porque
tenían relaciones y salían de su Monasterio, eso es lo que los monjes no deben
hacer. Se merecen la muerte. Tenemos todo el derecho de ejecutarles». He aquí
una de las razones. Fue dada por los mismos islamistas. Después de esto, otros
motivos que fueron dados son solo hipótesis, esperando el veredicto del juez de
instrucción, que prosigue con la investigación sobre las circunstancias de su
secuestro y de su condena a muerte.
¿Cómo vive ese enigma?
Bien,
nos gustaría saber quién los ha matado y dónde están enterrados los cuerpos. Sí
que nos gustaría saberlo, pero es todo, esto no me inquieta más. Esto no cambia
nada la muerte de nuestros hermanos. Están muertos por las razones por las
cuales habían decidido quedarse. Por esta razón, son mártires. Dieron sus
vidas. Estaban dispuestos a dar sus vidas por ello.
¿Se puede desear el martirio?
Algunos
lo han hecho, pero no era nuestro estado de espíritu. No lo deseábamos, no estábamos
allí para esto. Pero había que estar preparados para eso. Estábamos en las
manos de Dios.
Y
es por esto que, viviendo en este estado de espíritu, mis hermanos están
muertos. Debo reconocer y decir que no hemos sido extremadamente traumatizados.
Es evidente, que esto marca, hace sufrir, da mucha pena… Pero sabíamos el “porqué”,
y ¡estábamos todos dispuestos a ello! En la vida no estamos más que de paso,
termina de una manera o de otra. Después nos encontramos con el Señor.
La película de Xavier Beauvois, inspirada en
sus sacrificios, ¿podría ser un fermento de reconciliación entre cristianos y
musulmanes?
¡Claro
que sí! El ejemplo de los hermanos, en sus relaciones con la gente, con los musulmanes,
muestra que podemos ser verdaderos hermanos, en la comunión, juntos, en
profundidad, y no solamente en la superficialidad. Algunos lo han vivido. No es
raro. Cuando los cristianos ven esto, se dan cuenta que los musulmanes son
gentes como los demás. Algunos son muy buenos: los valores de acogida, de
amabilidad, de ser servicialidad, se ven. Así como los valores de unión con
Dios, de oraciones cotidianas. Relaciones con Dios que son a veces
sorprendentes y que son verdaderos ejemplos para nosotros, cristianos. Un amigo
de Christian, que dio su vida por él, le decía: «¡Los cristianos no saben orar…
son muy caritativos, hacen muchos favores, pero no los vemos nunca orar!» Hay
muchos cristianos que podrían escuchar esto.
¿No ha sentido usted nunca odio durante y
después de este drama?
Es
curioso, pero no he tenido ese sentimiento.
¿Y amargura?
Tampoco.
¿Cómo interpreta usted el endurecimiento actual
de algunos musulmanes contra los cristianos cuyos atentados recientes han sido
una señal?
Esto
viene de los extremistas. Los verdaderos musulmanes dicen: nosotros no somos
así. Sienten vergüenza de lo que les ha ocurrido a los hermanos. Esto no es la
“religión”. Por otra parte, no nos conocemos bastante. Se percibe a través de
los violentos y esto crea tendencia a agruparse entre sí y un miedo a los
contactos. La solución, es de cultivar la amistad, aunque nos puedan engañar.
¿Ser engañado?
Sí,
algunos dicen, la recíproca, no se ve mucho: se les permite a los musulmanes
construir mezquitas en nuestro país, pero no puede uno ni soñar con construir iglesias
en su país.
¿Lo piensa de verdad? Los cristianos son, de
hecho, a menudo acusados de incredulidad hacia el Islam…
La
cuestión no es esta. ¡Por la fe, nos arriesgamos! Está en el Evangelio: “Amaros
como yo os he amado”. Entonces, a menudo, perdemos, hay que saberlo. Pero ocurre
que esto produce una reacción. Entonces la reciprocidad existe y un
reconocimiento mutuo puede ir muy lejos.
¿Cuál es su esperanza para 2011?
Hay
que esperar que el amor sea siempre el más fuerte. Que el amor de Dios tendrá
la última palabra. Fundada en Dios, la esperanza debe permanecer. Y no nos toca
a nosotros resolver esto. La esperanza invencible, como decía Christian le
Chergé. No debe ser vencida, debe estar siempre abierta, cimentada sobre Dios,
sobre su gracia. Incluso cuando se muere bajo los golpes. Como él decía, la
esperanza debe seguir abierta….
[1]
Le Figaro Magazine, sábado 5 de febrero de 2011.
REGRESO A NOTRE DAME DE L’ATLAS
« De dioses y de hombres »
Jean-Marie Guénois
El Monasterio Notre Dame de l’Atlas no murió en Tibhirine:en Midelt, vive una bella presencia.
REPORTAJE
El Monasterio de Midelt, en Marruecos, donde vive hoy el hermano Jean-Pierre, se ha convertido en el santuario del espíritu de Tibhirine en Argelia[1]
La oficina de correos de Midelt, en Marruecos, conserva un estilo colonial. Un estilo muy francés para esta ciudad adosada a las pendientes brutales del Atlas. El hermano Jean-Pierre, monje cisterciense, viene aquí a menudo, pero hace dos meses, un paquete precioso le esperaba. El paquete, cuidadosamente cerrado, era del tamaño de un librito.
Sin embargo, este contemplativo, con paso lento y seguro, prior de su comunidad, no se apresuró. Después del correo la furgoneta Kangoo siguió su habitual ronda: el zoco y su mercado de verduras de invierno. Múltiples apretones de manos, donde como una familia, se intercambian las últimas novedades los unos y los otros. Aunque en medio de la calzada… los hermanos religiosos católicos, son conocidos de todos.
Pero, una vez cruzado el portal del Monasterio de Notre-Dame de l’Atlas, otro hermano Jean- Pierre, mayor, le esperaba. Tenía, ese día, la curiosidad de un niño. Pues el paquete no contenía un libro sino una película, “De Dioses y Hombres”. Mucho después de su estreno en el cine, pero como primicia, en comparación con la salida del DVD, prevista para el 23 de febrero próximo… Una curiosidad muy legítima para el último superviviente de la tragedia de Tibhirine, Jean-Pierre, el portero de entonces, 88 años hoy. Sin radio ni televisión, se había enterado, a través de la prensa, del éxito de la película, pero no había visto todavía nada de esta última.
La verdad es que esta pequeña comunidad monástica, heredera directa de Notre-Dame de l’Atlas en Tibhirine, en Argelia, establecida en adelante en Midelt, en Marruecos, vive la misma regla cisterciense, retirada del mundo. Es cierto que si los hermanos hubieran sido consultados en principio de la película – lo que no fue hecho – reconocen sin ambages que se “hubieran negado”, siempre con el mismo cuidado de discreción, y para no añadir tristeza o riesgo de provocación. Pues estos cuatro monjes, sin contar el hermano Amadeo, el otro sobreviviente de Tibhirine (que se retiró aquí y que falleció después) conocen la precariedad de las cosas, pero permanecen marcados por este drama.
“El verdadero mensaje de Tibhirine se trasmite”
No obstante, divina sorpresa, ¡la película les ha encantado! No pueden enorgullecerse, pero pueden regocijarse. El “detalle de la realidad fue ciertamente diferente, pero el verdadero mensaje de Tibhirine lo trasmite” asegura el hermano Jean-Pierre, el único testigo. “Y está bien así”, añade esta anti-estrella que rechaza toda puesta en valor personal. Misma sobriedad en los demás monjes. La película y su éxito han “estimulado” su vida de oración, toda entera consagrada a la búsqueda de Dios. Este éxito, en todo caso, no ha cambiado su usual simplicidad, de compartir y despojarse de todo.
Pues para ellos, lo esencial está en otra parte. En la capilla, sobre todo, donde permanecen siete veces al día, desde las 4 de la mañana, para rezar. Incluso con la ausencia del joven hermano Godefroy, estudiando en París, nada deroga la regla del silencio, del trabajo y de la oración. Viviendo al ritmo de la Trapa, cistercienses son, cistercienses permanecen. Lejos de los proyectores, la vida eremítica está allí, auténtica, sin atractivo. El éxito del mundo no impresiona jamás a estos hombres de la interioridad.
Pero hay, sin embargo, una fuerte particularidad en este monasterio improbable del Atlas, única comunidad contemplativa de todo el Norte de África. Tres símbolos la expresan. El primero es esta piedra pesada, redonda, usada, como altar. Originaria de un molino de aceite, ha triturado miles de aceitunas. Representa, según el prior, Frère Jean-Pierre, el martirio de los siete hermanos cuyas vidas fueron arrancadas y sus cuerpos mutilados. Se pueden ver sus retratos en un cuarto contiguo a la capilla, llamado “el memorial”. Un memorial sin nostalgia, pues los monjes deniegan cultivar el regreso al pasado. “Notre Dame de l’Atlas continua aquí, insiste, la vocación del monasterio que ya no era posible en Tibhirine. La vida que ya no está allí está aquí hoy”.
De hecho, este pequeño monasterio marroquí, les fue confiado hace algunos años por unas hermanas franciscanas que habitaban en él desde hacía ochenta años, está perfectamente conservado. Su hospedería, que acoge desde Semana Santa hasta la fiesta de Todos los Santos, a grupos o personas de ejercicios, les permite vivir. Tan sobrio como coqueto, no tiene nada de lo triste y desgraciadamente vacío de Tibhirine.
Después del horror, el renacimiento
Segundo símbolo fuerte, un simple icono de la Virgen. Es única: durante decenas, los monjes de Tibhirine han rezado ante ella. Ya no está en Argelia, se ha mudado, colgada ahora en la capilla de Midelt, en Marruecos. Notre-Dame de l’Atlas continúa aquí. Después del horror del sacrificio, es el renacimiento.
El último símbolo, y no menor, es otro icono, a la izquierda del coro. Representa la leyenda de los Siete durmientes. Este relato pertenece a la vez a la tradición cristiana (una peregrinación se le dedica en la Bretaña francesa, en las “Côtes-d’Armor”) y a la tradición musulmana (Sura 18 del Corán). Los Siete Santos Durmientes fueron emparedados en Éfeso, bajo el reino del emperador Decio, en el 250 d.C., para ser descubiertos, por casualidad, en el 418 y despertados. Las narraciones cristianas y musulmanas son distintas, pero el anciano frère Jean-Pierre precisa: “Un maestro sufí nos dijo que los siete monjes de Tibhirine “eran” los siete durmientes”. Santos pues, también para estos musulmanes sufíes, una de las familias espirituales más grandes del Islam.
Y esta es quizás la vocación particular de este monasterio. Fundamentado en Tibhirine, resplandeciente en la película, se perpetúa en Midelt. “Una presencia humilde” subraya frère Jean- Pierre, en un “océano musulmán”. Pero un “Vivir con” que muchos no entienden. El actual superior, frère Jean-Pierre, está también por lo mismo. “Estaba en el mismo espíritu” nos confió. Primero fue monje en la abadía Aiguebelle, casa madre de Tibhirine, después en el Camerún, pero entonces no veía el interés de una presencia tal en tierra del Islam.
Sentado bajo un cobertizo de madera en un rincón del monasterio, toma dos veces al día, en el momento de la pausa, el tradicional té con hierbabuena, ofrecido por Omar, el obrero musulmán. “Es viniendo aquí, asegura, con un vaso caliente en la mano, viviendo concretamente con la gente, que he entendido el sentido de nuestra presencia cristiana. Después de Charles de Foucauld y de muchos otros, los musulmanes nos edifican a menudo por el sentido de sus oraciones, su respeto de Dios y el gusto de los otros. Con ellos aprendemos no a saber, sino a ser.”